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LA SILLA DE MI JUEZ

  • Cristina Tejón Cano
  • 17 oct 2017
  • 1 Min. de lectura

De todos es sabido que cada acto tiene su consecuencia. No es este el lugar para el debate sobre la justicia o injusticia de ninguno de ellos, pero esto es así y se sabe.

Ocurre también que tarde o temprano llega el día en que todos los actos que uno hace (o no) han de ser juzgados por quién sabe qué fuerza superior de infinito aburrimiento.

El juicio llega sin aviso (esto también se sabe), sin notificación que le permita a uno al menos prepararse, afrontarlo dignamente.

Puede ocurrir que un día, inocente de ti, te metas en la cama sintiéndote dichoso, sin cuentas que rendir ni saldar. Y es ese día cuando, en la plácida noche de tu sueño, te sientes observado.

Abres los ojos y encuentras, frente a frente, a tu juez sentado en tu propia silla, contemplándote sereno igual que miran las vacas pasar los trenes.

Si el corazón no se te para (y nunca estarás seguro de que no se te haya parado), aciertas a encender la luz y ese Ser, entre divino y humano, que no es misericorde, pero tiene un humor curioso, se transforma en un enorme montón de ropa y te advierte, con una voz que solo tú puedes oír…:

- PRIMER AVISO: es hora de recoger esta leonera.

LA SILLA DE MI JUEZ, de Cristina Tejón Cano.

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