El Parque
- Alberto Hernandez
- 17 oct 2017
- 6 Min. de lectura
EL PARQUE
La madre está sentada en el banco junto a los columpios. Habla por el teléfono móvil. Su hijo pequeño juega en el suelo con un cubo y una pala de plástico. El niño golpea con la pala el cubo, como tocando el tambor, fuerte, muy fuerte. La madre manda parar al niño. El niño sigue. Mira de reojo a su madre que le regaña. El niño arroja la pala de malas maneras. Arranca a llorar. La madre deja el teléfono. Se levanta. Recoge la pala. Se la da al niño. Deja de llorar. La madre se sienta. Habla por teléfono.
Los dos adolescentes caminan cogidos de la mano por la sombra de los álamos. Ella es más alta que él. Llevan las mochilas de los libros a la espalda. Se esconden detrás de un rosal. Dejan las mochilas a un lado. Él mira a su alrededor. Enciende un cigarrillo. Fuma. Ella se tumba en el césped boca arriba. Él la besa. Un largo beso de adolescentes.
El anciano que está sentado en el banco que está al lado de la fuente dormita. Abre los ojos. Saca un pañuelo. Se limpia las lágrimas. Se suena. Tose. Guarda el pañuelo. Coge una toba que guarda en la oreja. La enciende. Fuma. Mira a un lado y a otro. Apaga la diminuta colilla con los dedos. Se la coloca en la oreja. Tose. Se apoya en el bastón. Se levanta. Camina dubitativo. Se acerca al eucaliptus. Orina.
La pareja de cuarentones que trotan por los senderos del parque pretenden lucir sus cuerpos enfundados en llamativas ropas ceñidas. Ella lleva unas mayas rosas. Él exhibe sus tatuajes que asoman de la camiseta. Ella parece que tropieza. Él hace un amago de sujetarla. Charlan y se hacen bromas. Se alejan siguiendo el circuito.
Se acercan los dos policías montados a caballo. La espalda muy recta, miran al frente. Sus cuerpos rebotan contra la silla. Él es fuerte, robusto. Ella, más pequeña, el pelo teñido y las uñas pintadas. El casco le queda grande. Las herraduras marcan un ritmo mesurado y polvoriento. Brillan los caballos, las botas y las gafas de sol.
Una de las ruedas del carrito de la compra que arrastra la minúscula señora entrada en años no gira y va dejando una profunda marca en la arena. La mujer se detiene a recuperar el aliento. Una nube oscurece el cielo. Mira a lo alto. Saca una chaqueta de lana del carrito. Se la pone. El sol aparece de nuevo. La mujer mira a lo alto. Se quita la chaqueta de lana. La guarda en el carrito.
El barrendero pasea el carro de la limpieza perezoso. Vacía una papelera. Saca la escoba y el cogedor. Barre despacio alrededor de la papelera. Una brizna de viento se lleva un papel. El barrendero observa las piruetas que realiza el papel en el aire hasta que desaparece. Sonríe. Vacía el recogedor en el cubo. Guarda la escoba y el recogedor. Pasea el carro de la limpieza perezoso.
El vagabundo que duerme detrás de los aligustres en una caseta improvisada con cartones sale de su madriguera. Unos viejos pantalones y una chaqueta raída cuelgan de una cuerda atada entre dos pinos. El vagabundo se quita el pantalón del pijama. Lo cuelga de la cuerda. Descuelga el pantalón viejo. Lo sacude. Se lo pone.
El hombre con traje de chaqueta y corbata camina lentamente por el paseo. Lee un periódico. Se detiene. Saca un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta. Marca algo en el diario. Mira al cielo. Una pequeña nube se mueve de norte a sur. Guarda el bolígrafo. Se quita las gafas. Limpia los cristales. Mira de nuevo a la nube. Se pone las gafas. Vuelve al periódico. Sigue caminando.
La minúscula mujer que arrastra el carrito de la compra avanza unos metros. Se detiene a recuperar el aliento. La profunda marca en la arena la persigue. Increpa al anciano que orina en el eucaliptus.
El vagabundo que duerme detrás de los aligustres se cambia la chaqueta del pijama por la chaqueta raída que cuelga de la cuerda. Entra en su caseta.
El niño que golpea el cubo con la pala fuerte, muy fuerte, lanza la pala. El caballo del policía robusto aplasta con el casco la pala de plástico. El niño se queda perplejo al ver a los inmensos caballos tan cerca. La madre que habla por teléfono coge al niño en sus brazos. Se refugia detrás del banco.
El hombre con traje de chaqueta y corbata que lee el periódico bebe agua de la fuente. Mira al cielo. Se sienta en el banco. Limpia las gafas. Lee el periódico.
El barrendero perezoso saca la escoba y hace montoncitos con los excrementos que los caballos de los policías van dejando a su paso.
El anciano que orina en el eucaliptus responde de malas maneras a la señora minúscula que arrastra el carrito. Se aleja por la vereda hablando en voz alta y agitando el bastón en el aire.
La madre que habla por teléfono deja al niño en el suelo y se sienta en el banco.
Escondida detrás del rosal, la chica adolescente que es más alta saca un libro de poesía. Lee en voz alta. El chico adolescente que besa la sigue besando.
Los que trotan por los senderos del parque vuelven a pasar. Junto a ellos trota el anciano que orina. Parece que tropieza. El hombre que trota de los tatuajes hace un amago de sujetarle. Charlan y se hacen bromas. Se alejan.
El vagabundo que duerme detrás de los aligustres sale de su escondite. Se acerca a la fuente. Saca un peine del bolsillo interior de la chaqueta. Se peina. Guarda el peine. Saca un cepillo y pasta dental. Se lava los dientes.
La chica adolescente que es más alta golpea con el libro de poesía al chico que besa. Él la quiere seguir besando. Ella se zafa. Le tira el libro a la cara. Se levanta. Se acerca a la fuente.
El policía robusto se apea del caballo junto a la caseta improvisada con cartones. Observa la cuerda con el pijama colgado. Se quita la camisa del uniforme. La cuelga. Se pone la chaqueta del pijama.
El hombre con traje de chaqueta y corbata deja el periódico y las gafas sobre el banco. Se levanta y se acerca al caballo. Se sube.
La policía de las uñas pintadas se apea del caballo. Bebe agua de la fuente.
La chica adolescente que es más alta se sube al caballo.
Los dos jinetes cabalgan al paso por el paseo de los almendros. La espalda muy recta, miran al frente. Sus cuerpos rebotan contra la silla. Las herraduras marcan un ritmo mesurado y polvoriento.
La minúscula mujer que arrastra el carrito se sienta en el banco. Coge las gafas. Las limpia. Se las pone. Coge el periódico. Lo lee.
El vagabundo que duerme detrás de los aligustres se esconde detrás del rosal. Se tumba en el césped boca arriba. Le besa el chico adolescente que besa.
El barrendero perezoso ha hecho varios montoncitos con los excrementos de los caballos. Los mira. Consulta su reloj. Saca la tartera. Se sienta en el suelo a la sombra del olivo. Come.
El policía robusto cuelga sus pantalones de la cuerda. Se pone los del pijama. Entra en la cabaña. Una ráfaga de viento agita las copas de los pinos. El uniforme colgado de la cuerda ondea.
Los que trotan por los senderos del parque vuelven a pasar. El de los tatuajes se detiene junto al carrito de la compra. Una nube oculta el sol. Mira al cielo. Saca del carrito la chaqueta de lana. Se la pone. Increpa al barrendero.
Los cascos de los caballos marcan la cadencia.
El niño que golpea el cubo con la pala lanza la pala. Arranca a llorar.
El barrendero perezoso responde al de los tatuajes de malas maneras. Da un trago de la botella de vino. Se levanta. Recoge la pala de plástico del niño que golpea.
La madre que habla por teléfono deja el móvil en el banco. Se levanta. Camina hacia el eucaliptus. Orina.
El barrendero perezoso entrega la pala al niño que golpea. Se sienta en el banco. Coge el móvil. Habla por teléfono.
El vagabundo que duerme detrás de los aligustres coge el libro de poesía. Lee. El chico adolescente que besa le sigue besando. El vagabundo le golpea con el libro de poesía. El adolescente se levanta. Sale de detrás del rosal. Da un trago de la botella de vino. Coge la escoba y el recogedor. Barre.
La que trota de las mayas rosas se esconde detrás del rosal. Se besa con el vagabundo que duerme detrás de los aligustres.
El niño que golpea el cubo con la pala tira la pala. Se levanta. Trota junto al anciano que orina.
La policía de las uñas pintadas recoge la pala. Se sienta en el suelo. Golpea el cubo con la pala como tocando el tambor, fuerte, muy fuerte.
El Parque, Alberto Hernandez.
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