EL SAÚCO
- Alberto Hernandez
- 17 abr 2017
- 3 Min. de lectura
“Erase una vez un chiquillo que se había resfriado. Cuando estaba fuera de casa se había mojado los pies, nadie sabía cómo, pues el tiempo era completamente seco. Su madre lo desnudó y acostó, y, pidiendo la tetera, se dispuso a prepararle una taza de té de saúco, pues esto calienta.” Escuchaba desde la otra habitación la voz de la abuela leyéndole al niño un cuento de Andersen. No hace tanto tiempo que me los leía a mí. Se me cerraron los ojos...
Salía con el niño a dar un largo paseo por el monte. Allí nos encontramos con el señor Cayo, hombre mayor que recuerdo desde mi infancia como si no hubiese cambiado nada, de piel oscura y arrugada, canoso, alto y robusto. Parco en palabras, nos saludó con un ligero movimiento de cabeza. Yo quise ser amable y hablaba por los codos al niño y al señor Cayo, hasta que este me clavó una mirada fría dándome a entender que estaba alterando el orden de las cosas, que allí no hacía falta ser cortés, y que más vale un silencio que mil palabras. Avergonzado comencé a caminar de nuevo para alejarme de allí. Avanzamos unos pasos y la voz del señor Cayo retumbó en el camino: “Eh, chaval, acércate”. Nos detuvimos y nos giramos. El señor Cayo estaba de espaldas observando unos brotes de un arbusto grande. “Ven”. El niño me soltó la mano y se acercó. “Es más valiente que yo”, pensé. -Estas bolitas de aquí luego se convierten el flores, muchas flores pequeñitas. El saúco es, la flor del saúco. Con el agua de cocer estas flores, sanan las pupas de los ojos. Hay que esperar a la noche de San Juan para cortarlas y colgarlas de las ventanas. Y se recogen antes de que amanezca porque los rayos del sol les quita la virtud que tienen de curar.
La flor del saúco, madre,
ya la tengo recogida
del sereno de San Juan
que sirve de medicina.
Me despertó la mano de la abuela al sentirla sobre el hombro. Le dije que había soñado con el saúco, y con el señor Cayo, que lo recordaba desde niño. Le pregunté si seguía vivo. Me miró extrañada.
-¿El señor Cayo? ¿Quién es?
Estaba completamente desconcertado. Intenté convencerla por todos las medios posibles de que el señor Cayo era un vecino del pueblo, pero ella negaba rotundamente su conocimiento. Casi llegué a enfadarme con ella. Le expliqué lo que nos había contado de la flor del saúco. La abuela sonreía.
-Háblame de la flor del saúco-, le pedí, disculpándome por mi estúpido comportamiento.
-Mira, así tal cual las coges, en crudo, las puedes echar a la ensalada. Yo, a tu abuelo, se las ponía en el huevo frito. Se le saltaban las lágrimas al pobre de gusto. Pero si no las quieres comer crudas, las pasas unos segundos por agua hirviendo y listo. Y si quieres te puedes beber el agua como si fuese una infusión.
-¿Es cierto que cura enfermedades?
-Sí, muchas. ¡Qué sé yo! Es muy bueno para el resfriado porque te hace sudar, y claro, te limpia. Si tienes una heridita en la boca o alguna infección, pues haces unas gárgaras con la infusión. Si estás nervioso, te tranquiliza, o si no puedes dormir, o te duele la cabeza. Hay mujeres que lo usan para adelgazar, fíjate. Pero, cuidado. El saúco puede ser muy beneficioso, y también muy perjudicial. No se puede jugar a la ligera con él. Puede ser muy tóxico.
Cuando la abuela se fue a la cama encendí el portátil. Navegador: saúco. Descubrí todo un mundo mágico y religioso de este aprendiz de árbol: que se fabricaban flautas con su madera, y de ahí su nombre; que se ha utilizado como insecticida; que los zahoríes utilizaban sus ramas para buscar agua; para fabricar herramientas; e incluso para fabricar varitas mágicas de malvados brujos de cine. También descubrí que Dámaso Alonso escribió un extenso artículo titulado: “El saúco entre Galicia y Asturias (nombre y superstición)”
Pero cuando más me sorprendí fue cuando me encontré con el señor Cayo en mi portátil. Era él, con su boina calada. Me miraba fijamente desde la pantalla con la mirada burlona y triste del campesino que ha levantado el cielo de Castilla de tanto mirarlo, de saberse el último séneca de la cultura rural, donde lo más importante es conocer las propiedades de la flor del saúco.
Mientras desayunábamos, le conté a la abuela que el señor Cayo era un personaje de una novela de Miguel Delibes, y que también se había rodado una película, y que el señor Cayo de mi sueño no era otro que Paco Rabal. No sé porqué mi abuela siempre se tiene que estar riendo de mí.
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