top of page

La Máquina de Escribir

  • Diego Tello
  • 16 dic 2016
  • 2 Min. de lectura

Abandonada, en la pequeña trastienda de una Tienda de Nostalgias había una vieja máquina de escribir con la que un pobre y triste hombre, al que nadie recuerda, escribió centenares de plegarias al olvido.

Esta tarde, estuve en la tienda, como todas las tardes, y entré a la pequeña trastienda, como todas las tardes. Pero sobre el escritorio donde aquella máquina yacía, como si hubiera sido tallada por las astilladas manos de un carpintero sobre el tronco del árbol, había un cuadrado de madera enmarcado por el polvo.

¡Qué extraño! Pensé. ¿Es esto la ausencia? Si la tinta no sacia la sed y la lengua del hombre no alimenta, si el tiempo no cura la tristeza y la piel del fresno no salva al que muere de frío, de nada habrán servido las hojas que han caído, las estrellas que se han extinguido. Todo habrá sido en vano.

Todo habrá sido en vano, repetí en voz alta, incapaz de contener el eco de mis pensamientos, pero antes de marcharme pregunté a la tendera. Ella sonrió inocentemente y respondió:

Una alegre anciana vino esta mañana y se la llevó envuelta en papel de regalo. Dijo que era para uno de sus nietos.

Al salir de allí paseé durante horas hasta perder la noción del tiempo, pensando en aquel hombre al que no conocí, del que no sé ni tan siquiera el nombre, y del que, sin embargo, me siento más hermano que de mi hermano.

Ayer soñaba con obras faraónicas y universos poéticos, con historias épicas de amores plutónicos y verdades inmortales que exhalaban en lenguas muertas personajes heroicos que yo encarnaba, deseaba esculpir sobre el mármol el verso más hermoso del mundo, sembrar en esta tierra inmunda un corazón fecundo que alimentara a los pobres e inocentes hijos de mis hijos.

Hoy, hubiera hecho una hoguera en un descampado y hubiera quemado todo lo que he escrito, esperando desesperadamente que el fuego convirtiera en cenizas a los fantasmas que me atemorizan y a los demonios que destrozan mis sueños, pero esta tarde por primera vez en no sé cuántos inviernos, he podido pasear de la fría mano de la soledad sin que se me helaran las sienes, y ya no me duelen los latidos del corazón. Sé que sus huellas están en aquella vieja máquina y tal vez mañana lo estén en los dedos de un niño...

Nada fue, ni es, ni será en vano.

La Máquina de Escribir, Diego Tello Martín.

Entradas recientes

Ver todo
El Parque

EL PARQUE La madre está sentada en el banco junto a los columpios. Habla por el teléfono móvil. Su hijo pequeño juega en el suelo con un...

 
 
 
LA SILLA DE MI JUEZ

De todos es sabido que cada acto tiene su consecuencia. No es este el lugar para el debate sobre la justicia o injusticia de ninguno de...

 
 
 
Terrible Error

Bebió… Se había bebido las últimas gotas de agua que le quedaban, estando perdido en medio del desierto. Al darse cuenta de su terrible...

 
 
 

Comments


bottom of page