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García y García

  • Alberto Hernandez
  • 16 nov 2016
  • 5 Min. de lectura

El vecino del quinto A se llama García.

El vecino del quinto B también se llama García.

García, el vecino del quinto A, trabaja en una sucursal bancaria en el centro de la ciudad por lo que tiene que madrugar escandalosamente para llegar a su hora al trabajo.

García, el del B, sale casi a la misma hora que García para llegar a tiempo a la delegación del ministerio donde trabaja.

García está casado y tiene un hijo y una hija.

García está casado y tiene un hijo y una hija.

En muchas ocasiones, el cartero confunde la correspondencia de García con la de García y deposita las cartas de García en el buzón de García, y las de García, en el de García. Lo que supone un enorme trastorno tanto a García como a García.

García, el cajero del banco, tiene un coche que utiliza los fines de semana para llevar al supermercado a su mujer, y algunos domingos para ir de excursión.

García, el funcionario, no tiene coche, pero está pensando en comprarse uno.

García no se habla con García, ni García con García, por lo tanto, las Sras. García tampoco se hablan entre sí.

García no puede soportar ver a su vecino lavando el coche en la calle y pasa junto a él enumerando en voz alta una retahíla de normativas municipales.

García odia ver al perrito de García orinando en las esquinas y los bolardos, y aguarda pacientemente el día en que García no recoja la caquita del caniche. Observa con el rabillo del ojo, mientras pule el parachoques, cómo su vecino se humilla, con la mano enguantada en la bolsita de plástico y con reprimido gesto de repugnancia, y coge los excrementos del animalillo. Una

sonrisa sesga el rostro de García.

Cuando regresa de su jornada laboral en el banco, García se toma un piscolabis en el bar La Parada. Cuando regresa de su jornada laboral en la delegación, García se toma un piscolabis en el bar El Mesón.

A García le gusta beber vermú.

A García le gusta el vino.

García, el del A, tiene muy mal genio. Los días que llega a casa con el pie torcido monta en cólera y sus gritos se escuchan por todo el vecindario. García, el del B, aprovecha la ocasión para llamar al uno uno dos.

El perrito de García, el del B, siempre ladra cuando escucha a alguno de los García del A llegar a casa. Pero cuando más ladra es cuando escucha a García gritar como un energúmeno a alguno de sus hijos o a su mujer. Cuando García por fin se calla, el perrito sigue ladrando, argumento que utiliza García para llamar al uno uno dos.

Hoy García se ha levantado de mal humor, como todos los días que tiene que ir al banco. Se ha afeitado, se ha vestido y ha engullido el café y la tostada que le ha preparado su mujer. Ha salido por la puerta tan puntual como cada día. Ha llamado al ascensor.

Hoy García se ha levantado con gastroenteritis, probablemente por culpa del pescado que cenó anoche, lo que ha retrasado su horario habitual. Después de afeitarse, vestirse, ir repetidas veces al baño y de tomarse una infusión, ha salido precipitadamente y ha entrado en el ascensor aprovechando que estaba en su piso con la puerta abierta.

Se ha cerrado la puerta del ascensor. Ha comenzado a bajar. García y García se encuentran en un reducto de apenas un metro cuadrado. No se miran. No se saludan. Parece que el ascensor desciende más lento de lo normal. Un chispazo salta cuando sus hombros se rozan. Se separan todo lo posible empotrando el otro hombro contra la pared, evitando así quedar de frente. García pasea su mirada por la chapa de la puerta buscando algo que le distraiga. Los olores de los after shaves se confunden. García mira al suelo y hace una comparativa de los zapatos. El dígito cuatro no acaba de aparecer en la pantalla.

García lee repetidas veces el cartelito de las advertencias. La luz parpadea. Instintivamente sus miradas se dirigen al techo.

García, el del B, baja la mirada y siente la imperiosa necesidad de buscar refugio en los ojos de García, pero recuerda que le odia con todas sus fuerzas y mantiene una postura de entereza observando al número cinco que no se convierte en cuatro.

García, el del A, mantiene la mirada en el plafón. Recorre el techo deteniéndose en unas pequeñas telarañas que hay en un rincón. Para poder bajar la mirada sin toparse con García, sigue la línea divisoria entre el techo y la pared hasta llegar al rinconcillo que le queda justo en frente. Mira la hora. Le falta el aire. Clavos oxidados se clavan en su pecho.

Un brusco movimiento agita el ascensor. Aparece el número cuatro. García siente una punzada aguda en su vientre. Se aferra con todas sus fuerzas al asa del maletín. Tiene la imperiosa necesidad de volver a casa. Un sudor frío le baña el cuerpo. Mira el botón de stop. Pero no puede mostrar esa debilidad y aguanta como un jabato.

García escucha sus latidos. Le cuesta respirar. Tiene una imperiosa necesidad de volver a casa. Un sudor frío le baña el cuerpo. Mira el botón de stop. Pero no puede mostrar esa debilidad y aguanta como un jabato.

El cuatro sigue omnipresente en la pantalla digital. Un cuchillo de carnicero recorre las entrañas de García. Se abraza el vientre. Se pliega.

El cuello de García se bloquea por el dolor. Intenta aflojar el nudo de la corbata. El dolor le sube hasta la mandíbula. Las rodillas le flojean.

García se deja resbalar apoyado en la pared de chapa hasta acabar en cuclillas.

García se deja resbalar hasta acabar de rodillas.

El cuatro se convierte en tres.

Por un momento el cuchillo ha dejado de cortar. García siente alivio en esa postura. Pero un movimiento intestinal provoca que los dolores se multipliquen por cien. Un ay, muy a pesar suyo, sale de su interior.

García cree que ha recuperado el control y la respiración, pero un vómito le provoca una tos que le ahoga. Se deja caer hacia atrás, sentándose. Abre la boca todo lo posible para que le entre el aire.

El ay de García es ahora un agudo chillido. Con un brazo se presiona el estómago. Con el otro intenta alcanzar al botón de stop, pero no llega.

García estira el brazo para apretar el botón de stop, pero un súbito dolor se lo bloquea cayendo hacia atrás.

El tres se convierte en dos.

Es tan agudo el dolor que García pierde el conocimiento.

Es tan agudo el dolor que García pierde el conocimiento.

García no se mueve.

García no se mueve.

El dos se convierte en uno.

García no se mueve.

García no se mueve.

El uno se convierte en cero.

García no se mueve.

García no se mueve.

García y García.

Alberto Hernandez.

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