Los Calcetines
- Alberto Hernandez
- 16 oct 2016
- 2 Min. de lectura
Cuando se levantó por la mañana descubrió que no estaban los calcetines junto a los zapatos. Miró debajo de la cama, dentro de los zapatos, bajo las sábanas. Nada. No aparecían. Se sentó en la cama y mientras se acariciaba la nuca intentó recordar todos sus pasos de la noche anterior. Se visualizó entrando en la habitación del hotel quitándose la chaqueta y colgándola del perchero. Recordó cepillarse los dientes y sentarse en el butacón para quitarse los zapatos y después ponerse meticulosamente el pijama como tenía por costumbre. Pero no recordaba que se hubiera quitado los calcetines. Revolvió completamente la cama, levantó el colchón por si se hubiera acostado con ellos puestos, cosa bastante improbable. Ni rastro. Buscó por los lugares más inverosímiles de la pequeña habitación: en el baño, dentro del armario, en el mueble bar, en los cajones de la mesilla. Revolvió su maleta, pero no aparecían. Llegó a la conclusión de que alguien había entrado en la habitación mientras dormía y le había robado. Inspeccionó todas sus pertenencias. No le faltaba nada. Estaba el dinero, el reloj, el ordenador, el teléfono móvil, todo. Entonces pensó que podía haber sido la chica de la limpieza, que había entrado y, al verle dormido, se había llevado los calcetines para lavarlos. Se empezó a sentir indispuesto. Eran sus calcetines preferidos. No solo eso. Eran sus calcetines, los únicos que llevaba cuando viajaba. Eran sus calcetines de la suerte. Ahora que no los tenía estaba en manos del destino y eso no podía ser. Él lo tenía todo predispuesto para que no sucediese ningún contratiempo. Esto que le estaba ocurriendo era inaudito. La cabeza le daba vueltas y sintió un agudo pinchazo en el estómago. Era justo lo que temía, que desapareciesen los calcetines y le empezasen a suceder calamidades. Se estaba poniendo enfermo. Tenía que solucionarlo cuanto antes. Pensó en bajar a recepción y preguntar por la chica de la limpieza. Los calcetines tenían que estar en algún sitio. Se vistió apresuradamente. Mientras se ponía los pantalones se enredo con la pernera y dio un fuerte puntapie a la pata de la cama. El dolor fue horroroso. Tropezó con el butacón y se estampó contra la cristalera del ventanal. Rebotando, cayó con sus posaderas sobre la mesilla rompiendo las patas. Se quedó sentado sobre la destrozada mesilla, con los pantalones por las rodillas, sujetándolos con todas sus fuerzas del cinturón. Un enorme chichón empezó a brotar de su frente. El tremendo dolor del golpe en el coxis le hizo pasar repentinamente de la risa histérica al llanto frenético y de nuevo a la risa. Cuando entró el recepcionista y el portero, alarmados por el escándalo y los golpazos, se lo encontraron revolcándose en el suelo, riendo. Estaba completamente cubierto de sangre. La ambulancia se lo llevó al hospital donde le hicieron una transfusión que acabó con su vida. La policía aún no ha averiguado lo que sucedió. Se ha descartado la agresión por terceros porque nadie entró esa noche en la habitación. Hasta que no se encuentren los calcetines, el caso sigue abierto.
Los Calcetines, Alberto Hernandez.
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